UN NUEVO DISCURSO EN EL APRENDIZAJE

UN NUEVO DISCURSO EN EL APRENDIZAJE

Quien no puede buscar lo imprevisto no ve nada, pues el camino conocido es un impase. Heráclito

Nuestra sociedad le presta mucha atención a la educación, sobre todo para niños y jóvenes. Sin embargo, rara vez miramos profundamente al aprendizaje en sí mismo para preguntarnos ¿qué es?, ¿cuáles son sus metas?, ¿qué cambios se podrían realizar?, ¿qué es el aprendizaje en relación al conocimiento? ¿En relación a la sabiduría? 

 

Pocas cosas en la vida son más importantes que aprender. El tiempo empleado en aprender es probablemente la inversión más valiosa que podemos hacer porque tiene el poder de dar forma a todo lo que decimos y hacemos, y afecta profundamente la calidad de nuestras vidas.

En nuestra visión, coaching es aprendizaje. Para el coach ontológico, cuidar, prestar atención y crear un contexto para el aprendizaje del cliente es su responsabilidad más grande. Un coach debe, por lo tanto y por encima de todo, ser maestro en el dominio del aprendizaje y un voraz estudiante de las consecuencias (luces y sombras) de los discursos del aprendizaje. Lo mismo se puede decir de managers, líderes, maestros o de cualquiera que tenga por trabajo llevar a otros a nuevas formas de pensar y nuevas acciones. 

Nuestro discurso actual sobre aprendizaje (textos, instituciones, principios, teorías, prácticas) está centrado mayoritariamente en la educación formal. Hasta hace relativamente poco tiempo se asumió de una manera general que la mayoría de nuestro aprendizaje se produce entre la edad de 5 y 18 años, en otras palabras, entre el kínder y el bachillerato, a lo cual se suman algunos años para los que van a la universidad. Incluso hoy, cuando el aprendizaje de toda la vida comienza a ser reconocido como una necesidad para mantenernos a flote en una sociedad cuyo cambio cada vez se acelera más, para la mayoría de la gente sus años de colegio representan de lejos el período más largo e intenso de aprendizaje. 

 

 Presunciones Actuales sobre el Aprendizaje

 Revisemos brevemente las presunciones subyacentes del aprendizaje actual, con el objetivo de comprender mejor las fuerzas de su discurso, los quiebres que parece engendrar, lo que puede estar faltando y qué alternativas podemos considerar.

Por debajo de las muchas ideas y principios que, tácita o explícitamente, caracterizan la tradición occidental de educación y aprendizaje, hay tres presunciones claves: 

  1. Aprender es individual, no comunitario

Aunque el aprendizaje escolar típicamente ocurre en un ambiente grupal, la información y el conocimiento son transmitidos básicamente en un modelo individual. Quiere decir que esencialmente lo que se aprende son materias que pueden ser usadas por cada estudiante de forma individual, y no habilidades relacionadas con interacción en grupo (como, por ejemplo, formas de conectarse en y desde las emociones). Simultáneamente, el objetivo de la mayor parte de nuestra educación es impartir el conocimiento y las habilidades que nos van a permitir conseguir nuestro éxito personal en la vida, particularmente en el trabajo y la carrera. La consecuencia de un aprendizaje individual es que estimula la competencia. Un aprendizaje comunitario llevaría a pensar más en términos de cooperación. 

  1. La verdad existe objetivamente

En su mayoría, el conocimiento es enseñado y aprendido dentro de un marco epistemológico tácito en el cual lo que se aprende se considera correspondiente a la realidad, a “la forma en que las cosas son” y, por tanto, a la verdad objetiva. Consecuentemente, el foco de atención está centrado en qué aprendemos más que en cómo lo aprendemos.

  1. El aprendizaje es fundamentalmente lingüístico y científico-racional

Prácticamente todo nuestro aprendizaje en el colegio es cerebral, es decir, lingüístico. Tanto el uso de libros de texto como el funcionamiento de métodos de enseñanza se centran en trasmitir información y conocimientos en la forma de ideas, conceptos, teorías, hechos, descripciones, procedimientos y prácticas que se comunican a través del lenguaje, junto con diagramas y otras ayudas visuales de relevancia lingüística.

 En contraste, piensen en las habilidades kinestésicas requeridas para aprender a tocar un instrumento musical, o las habilidades emocionales necesarias para escuchar con empatía. Ambas requieren tipos de aprendizaje muy diferentes a los que se enseñan en la educación formal. Además, bien sabemos que el aprendizaje de valores como el respeto, la admiración, la lealtad, la honradez, la perseverancia y muchos otros, es fundamentalmente emocional. Más allá de esto, la mayoría de lo que se aprende se asume como estructurado analíticamente. Como resultado, el enfoque primario que se usa en la enseñanza es el científico-racional, en el cual el todo es reducible a sus partes.  

Es difícilmente un accidente que estas presunciones en particular gobiernen nuestro modelo actual de educación y aprendizaje. Están claramente basadas, como era de esperarse, en los tres discursos principales de la cultura occidental que ya hemos visto: individualismo, epistemología de sujeto-objeto y racionalismo.

 

Quiebres

No hay duda de que el modelo de aprendizaje moderno sí funciona, tanto en la teoría como en la práctica, hasta cierto punto. Cumple un buen trabajo dándoles a los individuos el conocimiento factual básico sobre la historia y la cultura de la sociedad en la que crecen, e imparte suficiente conocimiento conceptual y habilidades analíticas para que los estudiantes tengan acceso a una educación más alta y/o se embarquen en una carrera profesional. Desde una perspectiva más amplia, ha sido el motor del progreso de las artes y las ciencias en Occidente por varios siglos, y es directamente responsable de una gran parte del crecimiento económico y el avance científico-tecnológico conseguido por nuestra sociedad moderna.

Al mismo tiempo, ha producido quiebres tremendos en nuestra sociedad. El más visible es la actitud negativa que muchos niños y adolescentes demuestran hacia su educación. Para ellos el colegio es aburrido o directamente una actividad soporífera. Toda la alegría y el interés han sido suprimidos del colegio, así que para muchas personas sus días de colegio son simplemente una pérdida de tiempo. Esta postura con respecto al aprendizaje seguramente contribuye a comportamientos dañinos como las drogas, el abuso en el alcohol o la violencia física (a veces mortal), por ejemplo, que han sacudido a nuestros colegios y universidades en las últimas dos décadas.

Lo que es menos obvio —pero no menos importante— son los varios tipos de quiebres que ya hemos sugerido que también han sido engendrados por los tres metadiscursos del modernismo occidental. Estos quiebres incluyen la soledad, la ausencia de significado, la falta de balance y un profundo sentido de desconexión.

Necesitamos un nuevo discurso en el aprendizaje. En el trabajo que hacemos con tantos individuos y organizaciones alrededor del mundo hemos encontrado que las personas consideran insatisfactorio e innecesariamente estrecho el discurso actual y están dispuestos a adoptar un nuevo modelo de aprendizaje más amplio y profundo. Necesitamos aproximarnos al aprendizaje de una nueva manera que nos permita resolver algunos de los quiebres que durante mucho tiempo nos han impedido llevar vidas más satisfactorias.

Lo que requerimos es un discurso que incluya de forma genuina el espectro completo de la experiencia humana, en vez de privilegiar un segmento estrecho de ella. El fenómeno humano, por su riqueza y profundidad, requiere un rango amplio de enfoques para el aprendizaje, que integre muchos otros aspectos, muchas otras formas: nuestras experiencias estéticas, intuitivas, espirituales o místicas deberían ser una parte tan fundamental de nuestra educación como nuestra lógica, análisis y experiencia material.

Decimos entonces que el aprendizaje debe dirigirse no sólo a nuestra mente, sino también al cuerpo, al alma y al espíritu. Debe encontrar un balance entre lo lingüístico-conceptual por un lado, y lo emocional y físico por el otro, para así comenzar a descubrir las coherencias intrínsecas entre estos niveles de experiencia.

Hay una gran cantidad de peso muerto alrededor de nuestra interpretación tradicional de educación y aprendizaje. De hecho, a la escuela tradicional no le interesa prepararnos para la vida, le interesa prepararnos para ganarnos la vida, lo que es diferente. Hoy día la crisis de la educación en casi todas partes, pero en Estados Unidos en particular, nos dice que ese colegio no nos sirve, está preparando gente para un mundo que se acabó.

El nivel de inversión de la empresa privada en la educación está siendo más grande que la inversión del Estado, y eso es porque las empresas tienen que reeducar a la gente: lo que traen del colegio no les sirve. Entonces ¿qué está pasando? La empresa tiene que reeducar y el colegio tenía la ilusión de que te educaba para ganarte la vida. Algo está fallando allí.

¿Qué materias incluiría yo? Hace tiempo atrás leía a Cicerón, quien mencionaba tres grandes cosas que si no las teníamos en la vida no podíamos ser felices: una es tener amigos, otra tener libertad y tener paz en la reflexión. No decía que esto fuera lo único pero que si esto falta, no se puede ser feliz.

En el mundo de hoy la amistad le está dando paso a otra cosa, que son los conocidos, las relaciones que son “útiles para”. En nuestras relaciones de hoy estamos privilegiando al conocido, a la relación puntual que tiene que ver con los temas laborales, pero el amigo, ese fenómeno profundo de la amistad, lo hemos dejado de cultivar. El amigo no es simplemente útil, llega mucho más allá. Yo diría que éste es un fenómeno fundamental de nuestro tiempo.

El otro es el proceso de reflexión. Pienso que hay muy pocos espacios de reflexión entre nosotros. Estamos tan orientados a la acción que consideramos la reflexión como una pérdida de tiempo, como si el reflexionar no fuera parte de un proceso de vida sana y, además, de creatividad. Yo enseñaría a la gente a tener ocio, que es lo contrario del negocio: la negación del ocio es el negocio. No quiere decir que esté mal estar ocupado. Es muy importante estar ocupado pero también hay que tener el espacio para la contemplación, para el tiempo libre, para mirar las estrellas.

La otra cosa que creo importante es el desarrollo de la gratitud. Los seres humanos debemos mirar el mundo no como aquello que te debe, sino a lo que le debes. Mientras no cambiemos la relación con el mundo, mientras no lo miremos desde la gratitud, el aprendizaje ciertamente no será completo. ¿Por qué no pensar qué le puedo yo dar al mundo en vez de estar esperando siempre qué es lo que el mundo me puede dar a mí? Mientras no cambiemos la relación emocional con el mundo, no estamos aprendiendo a vivir.

Así es que prepararnos para la vida implica un aprendizaje emocional, un aprendizaje reflexivo y también un aprendizaje tecnológico. Un nuevo discurso basado en estos objetivos puede restaurar algo de alegría, gratitud y paz, y así comenzar a elevarnos del predicamento en que nos encontramos entrampados en el siglo XXI.

  

Un Nuevo Discurso Sobre el Aprendizaje

Rara vez reconocemos el hecho y mucho menos cuestionamos las ventajas y desventajas inherentes de nuestro actual enfoque sobre el aprendizaje. Parecemos asumir que las formas de que disponemos en cuanto al aprendizaje y el conocimiento, la forma cómo llegamos a saber lo que ya sabemos y la cuestión de qué deberíamos saber y aprender, son obvias y que no tiene mucho sentido explorar estas materias más profundamente. Sin embargo, esta falta de voluntad para mirar, examinar las presunciones tácitas y explícitas de nuestro enfoque del aprendizaje y considerar posibles alternativas, tiene un gran costo para nosotros.

 No podemos esperar resolver la multitud de quiebres que ahora estamos enfrentando a menos que estemos dispuestos a dar un paso atrás y revisar ciertos temas fundamentales. La gran debilidad de nuestra visión actual del aprendizaje es su relativa superficialidad y estrechez.

Como bien señala el británico Ken Robinson, uno de los mayores expertos mundiales en educación, “el actual sistema educativo fue estructurado y diseñado para una época diferente. Fue concebido en la época de la Ilustración y en las circunstancias económicas de la Revolución Industrial. Antes del siglo XIX no había educación pública. ¿Cómo fue diseñada la escuela? A través de un modelo intelectual de la mente que esencialmente es la visión que la Ilustración tenía de la inteligencia. La verdadera inteligencia consistía, en esa visión, en nuestras capacidades de razonamiento deductivo, y el conocimiento de los clásicos y sus nombres. Eso es lo que vinimos a definir como habilidad académica. Y lo que está en lo profundo de los genes de la educación pública es que hay gente académica y gente no académica, gente inteligente y gente no inteligente, y eso lleva a muchas personas brillantes a pensar que no son inteligentes porque han sido juzgados por esta particular visión de la educación”.

Como seres humanos, con seguridad necesitamos un enfoque del aprendizaje mucho más amplio y profundo. Lo que falta es un discurso capaz de contener la plenitud, la variedad, la profundidad y la unidad de la experiencia humana; de investigar nuestros modos de aprender y de aspirar a engendrar sabiduría, bienestar y capacidad de vivir en armonía con otros.

Para elaborar tal discurso, necesitamos basar nuestras reflexiones desde la perspectiva de las tres disciplinas filosóficas básicas: ontología, epistemología y ética. No solamente estas tres perspectivas están interconectadas, sino que, finalmente, son diferentes maneras de ver la unidad fenomenológica del aprendizaje como un aspecto fundamental de la condición humana.

 

¿Qué es Aprendizaje?

 Antes de ir más lejos, necesitamos definir brevemente el aprendizaje. Hay, por supuesto, varias formas de hacerlo.

  1. a) Desde la perspectiva de nuestro comportamiento, basándonos en criterios externos e individuales de la acción, aprender es comprometerse en prácticas que nos permitirán hacer algo o realizar acciones que antes no podíamos.
  2. b) Desde una perspectiva social, basándonos en criterios colectivos y externos de la acción, aprender es practicar algo que nos va a permitir interactuar con otros de una manera que antes no podíamos.
  3. c) Desde un punto de vista personal —nuestras interpretaciones, emociones, alma y espíritu, basándonos en criterios individuales e internos de lo que queremos ser—, aprender es alterar el observador que hemos sido. Es la creación de una nueva relación con el mundo o una nueva forma de ser parte de él. También es dominar prácticas espirituales y explorar nuevos dominios de la reflexión.
  4. d) Desde un punto de vista cultural, basándonos en criterios colectivos e internos, aprender es desarrollar una nueva visión del mundo común, una nueva y compartida serie de interpretaciones.

Construyendo un nuevo discurso para el aprendizaje, deberíamos tomar en cuenta no sólo la educación formal, sino todas las formas en que sabemos y aprendemos, muchas de las cuales no necesariamente nos son enseñadas explícitamente o son adquiridas de forma consciente. Claramente sólo un porcentaje relativamente pequeño de nuestra capacidad de comportarnos, desempeñarnos y actuar es adquirido dentro de los confines de nuestro aprendizaje convencional. 

Nuestra meta es concebir un aprendizaje que vaya más allá de lo meramente utilitario, que consiste en empaparse de conocimiento con el único objetivo de acciones efectivas. Es a través de nuestras acciones en una amplia variedad de entornos sociales que construimos nuestros proyectos de vida. Por tanto, nuestra definición de aprendizaje pretende subrayar que no sólo aprendemos para cuidarnos a nosotros mismos, sino también para cuidar a otros y al mundo en que vivimos.

 

Perspectiva Ontológica: Dominios del Saber y del Aprender 

 Adoptar una perspectiva ontológica es buscar las formas del conocimiento y del aprendizaje humano que son constitutivas del tipo de seres que somos. En nuestra era de educación en masa, la mayor parte del aprendizaje, tanto formal, en la escuela, como informal, con nuestra familia, amigos y conocidos, sucede durante la niñez y adultez temprana. Dedicamos largos años de preparación en la juventud esperando adquirir el conocimiento y las habilidades necesarias para producir un éxito consistente en nuestras vidas. Hasta aquí no vemos un problema. Sin embargo, esta visión del aprendizaje ignora dimensiones completas de nuestro ser, lo que nos deja lejos de una preparación adecuada para el futuro que nos espera.

No somos simplemente seres humanos, sino también seres lingüísticos que vivimos en el lenguaje y lo usamos para comunicarnos y coordinar con otros. No somos meramente individuos, sino también seres sociales pertenecientes a una amplia variedad de grupos y comunidades sociales, intentando encontrar propósito y satisfacción en servir, vivir armoniosamente y conectarnos con otros a través del amor.

No somos solamente criaturas dotadas de razón. También somos seres emocionales que vivimos nuestras vidas con una amplia gama de emociones y estados de ánimo. Y somos seres físicos cuyos cuerpos son profundamente coherentes con nuestras otras dimensiones del ser. Incluso, más allá de esto somos seres espirituales atraídos hacia la trascendencia, buscando estar conectados y encontrar sentido en algo más grande que nosotros para experimentar, a través de la estética, de la intuición y de la práctica espiritual, un nuevo sentido de unidad y totalidad con otros, con la Tierra, e incluso con el Cosmos.

Nuestro discurso modernista sobre el aprendizaje es inadecuado para enfrentarnos a estas dimensiones del ser humano, dejándonos en la oscuridad en cuanto a cómo movernos de forma efectiva en los contextos lingüísticos, sociales, emocionales, físicos y transcendentes que encontramos en nuestra vida cotidiana. Un discurso que pretenda ser ontológico debe tomar en cuenta todas las dimensiones del ser.

 

Perspectiva Epistemológica: Cómo Llegamos a Saber lo que Sabemos

En el corazón de cualquier discurso sobre aprendizaje se presenta una tarea epistemológica central: discernir cómo llegamos a saber lo que sabemos. En nuestro modelo actual, sin embargo, esta tarea básicamente es ignorada, lo cual tiene dos razones aparentes: primero, porque la explicación racionalista del conocimiento ya está asumida, y segundo, por la aparente simplicidad de la tarea de aprendizaje en sí. El éxito en el aprendizaje actual yace esencialmente en la memorización de los conceptos requeridos y el conocimiento factual (basado en el lenguaje), junto con la adquisición de cierta cantidad de habilidad en el análisis. Nuestra aproximación al aprendizaje, como veremos, requiere que reformulemos completamente lo que significa aprender y adquirir conocimientos.


Saber Versus Observar

El filósofo Immanuel Kant en esencia mostró que no podemos saber las cosas directamente. Lo único que podemos saber es cómo observamos esas cosas. Antes de considerar las implicaciones de esta afirmación en detalle, dejemos claro lo que quiere decir con un par de ejemplos.

Consideremos la cata de vino. Probablemente todos hemos visto algo como esto: el catador toma una copa y sirve un poco de vino en ella, luego lo huele, toma un sorbo, y dice “1922”. Luego uno mira el vaso y no puede imaginarse de dónde salió este número. Pero no es sólo eso. El catador toma un segundo sorbo y dice: “Chardonnay, del condado de Mendocino”. Para ese momento piensas que el catador está jugándote una broma. ¿De dónde saca esta información? Así que haces una prueba. Tomas un sorbo y todo lo que puedes definir es si es blanco o tinto.

Desde una perspectiva fisiológica —papilas gustativas, sistema neuronal— tú y el catador probablemente funcionen de manera muy similar. La diferencia está en que el catador puede hacer distinciones que tú no puedes. Si aprendieras estas distinciones, entonces también podrías hacer las mismas observaciones.

Tomemos otro ejemplo. Al observar el cielo en una noche estrellada, ¿qué ves? Probablemente un montón de puntos de luz, tal vez también la luna. Pero supongamos que estuvieses acompañado de un astrónomo. Ahora todo cambia. El astrónomo te ayuda a diferenciar las estrellas de los planetas. Ahora ves lo brillante que es Venus, y lo rojo que se ve Marte, además de darte cuenta del recorrido de los planetas sobre la eclíptica. Y él o ella también te mostrará ciertas constelaciones de estrellas, así que ahora puedes ver el cinturón de Orión, la Osa Mayor y demás.

Estos son dos ejemplos simples y cotidianos de cognición, y, sin embargo, nos muestran una profunda verdad sobre cómo vemos el mundo. El hecho es que diferentes observadores, operando con distinciones diferentes, hacen diferentes observaciones. Nótese que no estamos diciendo que una observación es verdadera y otra es falsa. En cada caso, cada observador ve lo que él o ella ve, y lo que para él o ella es real es su “realidad”. Un observador puede ser capaz de hacer distinciones más refinadas o sofisticadas que otro de acuerdo con ciertos niveles de cualidad,  llevando al observador a acciones más o menos efectivas, pero esto no hace que uno esté en lo correcto y el otro equivocado.

Podemos reconocer esto muy claramente si pensamos en un astrólogo mirando exactamente el mismo cielo que el astrónomo. El astrólogo verá agrupaciones diferentes, notará tal vez que cierto planeta corresponde a cierta casa astrológica y demás. El astrónomo y el astrólogo simplemente están motivados por propósitos distintos, operan con distinciones diferentes y se basan en sistemas de pensamiento diferentes y, como resultado, ven mundos diferentes.

De lo que hemos estado diciendo se desprenden dos conclusiones:

Primero, podemos ahora ver que las distinciones con las que operamos —las cuales en parte constituyen el observador que somos— son generativas, es decir, ayudan a generar la realidad que comprendemos y, por tanto, constituyen lo que para nosotros es conocimiento. En otras palabras, lo que conocemos depende de qué distinciones podamos hacer, y éstas, a su vez, constituyen el tipo de observador que somos.

Todos somos observadores en este mundo, y como tales actuamos y nos conducimos. Como consecuencia del actuar se producen ciertos resultados. Ahora bien, cuando este observador actúa, nosotros, ya sea como individuos o como organizaciones, decimos: “Estoy contento con los resultados” o “No estoy contento con los resultados”. Y si no estamos contentos con los resultados revisamos la acción. Es lo que hacemos normalmente.

Decimos: “Hagámoslo de esta otra manera; hagamos más de esto o hagamos menos de aquello”. Muy raramente se nos ocurre cuestionar al observador que somos, a nuestra visión del mundo, nuestro nivel de consciencia. Ahora bien, si pones atención sólo en la acción, lo que sucederá es que tienes un rango de acciones disponibles para ti dado el observador que eres. No importa qué es lo que intentes, para ti esas son las acciones que te son identificables, posibles. Puedes corregirlas, modificarlas, mejorarlas, pero siguen siendo esas acciones. No obstante, si cambias tu punto de vista, cambia el observador que eres, aparecen nuevas acciones disponibles para ti, acciones que eran impensables antes de que cambiases al observador que eres.

En segundo lugar, la cultura representa una fuente significativa de distinciones automáticas, que son tan transparentes para nosotros que pocas veces estamos conscientes de estarlas usando. Como sabe cualquiera que haya aprendido una lengua extranjera, cada lengua divide la realidad de una forma diferente. El inglés, por ejemplo, es particularmente rico en palabras que connotan cierto tipo de movimiento, como slip, slide, skid, skate, slither y glide, mientras que un hablante francés debe usar glisser. Es razonable suponer que el primero percibe las sutiles diferencias entre los tipos de movimiento, mientras que el segundo no está consciente de ellas.

Los esquimales, por ejemplo, distinguen una treintena de tonalidades distintas del color blanco y muchos tipos distintos de nieve y de hielo, lo cual les sirve para evitar caer en una grieta, saber dónde deben romper el hielo para sacar un pez o para distinguir un oso polar. De esa distinción depende su supervivencia en regiones que están todo el año en temperaturas bajo cero, al igual que para un automovilista es preciso distinguir el verde y el rojo en un semáforo.

Ese es el valor de las distinciones. En la medida en que tenemos más distinciones, somos parte de una realidad más rica. 

De forma similar, las culturas nos llenan de una serie de distinciones automáticas que van moldeando imperceptiblemente la forma en que percibimos lo que sabemos sobre el mundo en que vivimos. La cultura puede ser vista como un observador colectivo ya incluido en nosotros. Nacemos en una comunidad que opera dentro de una serie de distinciones que son invisibles para nosotros como miembros de la misma.

Solamente obtenemos la experiencia de otro observador cuando nos encontramos con alguien que opera en base a distinciones completamente distintas a las nuestras. Si por ejemplo nos hemos entrenado en la medicina occidental y tenemos la oportunidad de hablar con alguien que ha sido entrenado en la tradición médica china, reconoceremos rápidamente que él o ella no escucha al cuerpo de la misma forma que nosotros, porque está operando con una serie de distinciones distintas y, por tanto, es un tipo de observador diferente, que interviene de una forma muy diferente.

En general, una cultura nos provee con varias distinciones a través de diferentes vías, como textos de importancia histórica y social, libros de enseñanza, costumbres, prácticas, leyes, creencias y una multitud de tradiciones sociales e históricas o, para usar un término más teórico, discursos. Juntas, estas distinciones determinadas culturalmente dan forma a nuestros pensamientos, comportamientos y acciones y, por tanto, al observador que somos.

Es importante que quede claro que el observador automático que una cultura construye para nosotros no es cuestión de distinciones lingüísticas, por muy importantes que éstas sean. También incluye emociones y estados de ánimo. Naturalmente tendemos a pensar en éstos como parte intrínseca de nuestra más profunda personalidad individual, pero el hecho es que diferentes culturas generan diferentes estados de ánimo que a su vez crean diferentes tipos de emociones.

 Un ejemplo muy claro de esto fue la Alemania Nazi en 1933. El uso de ciertos símbolos, colores o arquetipos en sus grandes concentraciones estaban diseñados a la perfección para manipular el subconsciente colectivo poniendo a las personas en un estado de ánimo de dominio y superioridad racial. Este estado de ánimo, en el cual un gran porcentaje de la población se encontró sumido, permitió la emergencia de ciertas emociones como miedo, odio y violencia.

Podríamos también comparar la era de George W. Bush con la era de Bill Clinton en Estados Unidos o la emoción de un mismo país en democracia o en dictadura, y encontrar actitudes muy diferentes. Incluso se puede decir que ciudades engendran cierto tipo de actitud: consideremos, por ejemplo, las diferencias entre San Francisco a mediados de los 60 —nacimiento del Verano del Amor— y Nueva York en la actualidad, atrapada en un desespero por hacer dinero. O Caracas, cercana al mar, en comparación con La Paz, a casi 4.000 metros de altura.

Sin embargo, este fenómeno, que puede ser descrito en términos de campos emocionales generados social e históricamente, es un fenómeno ante el cual la gran mayoría de las personas permanecen ciegas. Una gran cantidad de escuelas psicológicas, por ejemplo, parecen no tener conciencia en absoluto de esta dimensión de los estados de ánimo y las emociones, tratándolos como si pertenecieran a un individuo específico. Por supuesto que a cierto nivel sí experimentamos estos sentimientos individualmente, pero si agrandamos el contexto comenzamos a ver que nuestro estado de ánimo —y, por tanto, el aspecto emocional del observador que somos— está conectado con algo más grande que nuestro estado emocional en un momento dado.

De forma similar, el observador social-cultural que somos también está construido en y a través de nuestros cuerpos. Sostenemos nuestros cuerpos —incluyendo la postura y la respiración— de una forma muy diferente en una cultura u otra. Si observamos a personas del Caribe notamos cómo suelen mover sus manos de una manera muy particular, mientras que los habitantes de las Islas Vírgenes caminan y mueven su cabeza y su cuerpo de una forma totalmente distinta a como lo haría alguien de Canadá, por ejemplo.

Hagamos una pequeña recapitulación de lo que estamos diciendo hasta acá.

Nuestro principal postulado es que lo que observamos está en gran parte determinado por el observador que somos. El observador que somos está construido en gran parte automáticamente, sin conciencia de nuestra parte, a un nivel más colectivo que individual, a pesar de que vive de forma completa en cada individuo. Está construido a través de las distinciones que heredamos de nuestro lenguaje y nuestros discursos culturales, y también a través de campos emocionales y patrones de movimiento corporal.

Este observador automático, construido por una mixtura particular de la sociedad, historia y cultura en que estamos inmersos, juega un papel dominante en la forma en que conocemos la realidad y, por tanto, en el desarrollo de nuestros pensamientos, creencias, juicios, comportamiento, decisiones y acciones. En síntesis, forma el contexto subconsciente de gran parte de nuestras vidas como individuos. En consecuencia es una fuente de significado para nosotros. Y sin embargo, nuestra adherencia al discurso del sentido común científico nos hace ciegos ante este hecho y seguimos asumiendo que la realidad se puede reconocer y obtener de ella significado independientemente de cualquier inclinación cognitiva, emocional o física que tengamos en forma individual. En otras palabras, continuamos pensando que “así son las cosas” en vez de pensar que ésta es la forma en que el mundo se me revela”. Imaginamos una sola verdad, nuestra verdad.

Esto no tiene una importancia meramente filosófica. Basándonos en nuestra definición de aprendizaje, sólo convirtiéndonos en un observador nuevo pueden aparecer ante nosotros nuevas oportunidades de acción. Creamos nuestro futuro a través de las acciones que se hacen posibles por el observador que somos, que a su vez está constituido por las distinciones y discursos en que estamos inmersos. Parte de la posibilidad de transformación, por tanto, yace en ser observadores astutos y sabios del observador que somos, y reconocer la ceguera intrínseca que produce ser cierto tipo de observador. El psicoanalista inglés R.D. Laing elegantemente hace un comentario parecido en uno de sus poemas:

El rango de lo que pensamos y hacemos

está limitado por lo que no notamos.

Y porque no notamos

lo que no notamos,

hay poco que podamos hacer

para cambiar

hasta que notemos

cómo el no notarlo

da forma a nuestros pensamientos y acciones. 

 

 Perspectiva Ética: Lo que Necesitamos Aprender

No es una sorpresa que nuestro enfoque sea de nuevo bastante diferente al de la ética tradicional, que se ha enfocado mayormente en determinar códigos morales de conducta para el individuo.

 Consideraremos que la ética principalmente se ocupará de la cuestión de cómo podemos llevar vidas ricas, efectivas y satisfactorias conviviendo armoniosamente con otros seres humanos y con la Tierra misma. En el contexto del discurso sobre el aprendizaje, nuestra investigación entonces debe estar enfocada a aquellas áreas y formas de conocimiento que son relevantes para este objetivo, y lo que necesitamos aprender para progresar hacia alcanzarlo. 

Como veremos, este enfoque de la dimensión ética de aprender trae consigo grandes cambios, tanto en la lista común de áreas del aprendizaje, como en la visión convencional de cómo ocurre el aprendizaje. Una vez más el discurso racionalista resulta inadecuado para la tarea de sustentar un discurso del aprendizaje que sea completamente apropiado para el tipo de seres que en realidad somos.

Consideremos ahora cinco dimensiones básicas de nuestro ser —lenguaje, sociedad y cultura, emociones, cuerpo y espíritu— desde una perspectiva ontológica, epistemológica y ética. Por cada dimensión nos preguntaremos cuáles son las áreas constitutivas del conocimiento y el aprendizaje, cómo llegamos a saber lo que sabemos, y qué deberíamos saber y aprender.

 

Lenguaje

Si hay una dimensión de nuestro ser que el discurso actual parece reconocer es la lingüística. Pasamos la mayoría de nuestra niñez e incluso nuestra adultez aprendiendo a leer y escribir para adquirir conocimientos y habilidades basados en lo lingüístico. Típicamente nuestro aprendizaje se balancea entre conceptos abstractos e información meramente factual, junto con algún razonamiento y habilidades de conversación muy básicos.

Todo esto, por supuesto, es necesario para desarrollarnos en el mundo. Pero concentrarnos en este único enfoque del aprendizaje deja fuera dos áreas muy importantes que son constitutivas de nuestra habilidad lingüística: la habilidad de hacer distinciones para comprender el mundo, y la habilidad de coordinar acciones a través de actos hablados.

 El discurso del racionalismo insiste en que el mundo existe objetivamente y puede ser comprendido de manera independiente por seres dotados de forma innata con los conceptos y habilidades analíticas de la razón universal. El lenguaje, por lo tanto, juega el rol de “vestir nuestro pensamiento” (para usar la terminología de la Ilustración), dando nombres a las cosas que nuestra mente ya ha distinguido.

Como ya hemos visto en nuestra definición del observador, estamos adoptando una visión muy diferente del rol del lenguaje. Dentro de la ontología de la mente que estamos aceptando aquí, nuestros hábitos lingüísticos compartidos socialmente son justamente los que permiten que el mundo se nos revele. El lenguaje juega un papel vital, permitiéndonos diferenciar fenómenos de nuestra experiencia de acuerdo con las distinciones que el mundo codifica y pone a disposición de nosotros.

El reconocimiento del origen social de muchas de nuestras distinciones cognitivas (o, en términos tradicionales, “conceptos”), claramente tiene implicaciones éticas importantes para nuestro discurso del aprendizaje. Primero, apunta hacia la necesidad de enfrentar el problema de nuestra ceguera cognitiva. Las distinciones se nos revelan pero también se ocultan. Las distinciones del médico occidental no le permiten ver lo que el médico chino ve, y viceversa.

 Si vamos a expandir nuestro aprendizaje por el bien de la transformación personal y social, necesitamos, como dijimos antes, convertirnos en observadores capacitados del observador que somos. Sólo cuando reconozcamos verdadera y acertadamente el lugar desde el que estamos observando podemos comenzar a observar desde otro lugar. Nuestro discurso racionalista del aprendizaje ha ignorado casi del todo esta habilidad de reconocer y cambiar nuestro observador, ya que, en efecto, postula un solo observador universal que llama “la verdad”.

Segundo, sustenta una regla ética clave: el respeto y la aceptación del otro como un otro legítimo. Para decirlo de otra forma, debemos aprender a respetar otros observadores que ven el mundo de una manera diferente. Al contrario de lo que dicta el racionalismo, ningún individuo, sin importar cuán inteligente o hábil sea al razonar, puede afirmar tener conocimiento de la verdad universal y el poder que tradicionalmente se le asocia. Si queremos vivir juntos en paz, debemos aprender a mostrar la debida consideración para los valores y formas de vida y conocimiento de otras personas que son diferentes a nosotros, y trabajar sobre soluciones mutuamente aceptables cuando surja el conflicto.

Nuestro enfoque común actual del lenguaje es que comunicamos, al hablar y escribir, con el objetivo principal de compartir información. Lo que falta de esta visión es el hecho de que el lenguaje nos permite, como dice el filósofo J.L. Austin, “hacer cosas con palabras”. El habla es acción e interacción (como la escritura). Dicho de otro modo, el lenguaje no cumple solamente una función descriptiva de la realidad existente, sino que es capaz de generar realidades. Un ejemplo de ello es la palabra “loser” (perdedor) en inglés, que ha creado toda una categoría de seres humanos que son juzgados por otros como fracasados.

 Como nos ha mostrado el filósofo John Searle, construyendo sobre el trabajo de Austin, comunicar es entrar en un compromiso implícito con el escucha o lector que puede ser caracterizado en una serie de actos hablados. Incluso comunicar información constituye un acto de afirmar que trae consigo su propio compromiso de dar evidencia, si es necesario.

Claramente nuestra visión actual del lenguaje es bastante pobre e inadecuada al intentar representar de forma completa lo que sabemos y aprendemos como seres lingüísticos. Es razonable asumir que, como muchas de nuestras habilidades lingüísticas básicas, nuestra habilidad de crear actos hablados es innata y, por tanto, es una característica humana universal no aprendida. Lo que puede ser aprendido es la habilidad de usar actos hablados para coordinar acción con otros. Si queremos hacer esto más efectivamente, entonces necesitamos transformarnos en observadores experimentados del dominio completo de los actos hablados. Debemos aprender a diferenciar entre el tipo de compromiso que son las peticiones y promesas, las afirmaciones y declaraciones, y volvernos hábiles al fijar y negociar condiciones de satisfacción.

El racionalismo ve al lenguaje como mayormente transparente en relación a la realidad. Por un lado, si las palabras representan objetos y conceptos que existen y son comprensibles independientemente del lenguaje, entonces el lenguaje en sí no es de gran importancia intrínseca. Por otro lado, si el lenguaje en sí es generativo, si es a través de las palabras que usamos que el mundo se nos revela, entonces necesitamos cambiar nuestra atención a la forma en que nuestro mundo es engendrado. En otras palabras, necesitamos reflejar cómo el uso recurrente de distinciones que son inherentes a nuestro lenguaje es constitutivo del observador que somos.

Por razones similares, si la coordinación efectiva de una acción depende en parte del uso hábil de actos hablados (una conexión ante la cual la comprensión tradicional del lenguaje ha sido ciega), entonces de nuevo necesitamos hacer del lenguaje mismo un objeto de estudio, exploración y aprendizaje.

 

Sociedad y Cultura

Somos de manera inherente seres sociales. Vivimos, aprendemos y trabajamos en grupos. Y, sin embargo, (tal es la fuerza del discurso individualista) continuamente nos olvidamos de la dimensión social de nuestro ser. Creemos confiadamente, por ejemplo, que los pensamientos, creencias, opiniones y valores que tenemos, junto con las acciones que de ellos emergen, son completamente nuestros. No reconocemos cuánto de lo que pensamos, decimos y hacemos es nuestra cultura e historia hablando y actuando a través de nosotros. En otras palabras, ignoramos el contexto que de una manera invisible configura un marco completo de presunciones y convenciones tácitas para nuestros pensamientos, puntos de vista y acciones.

Por ejemplo, podemos declarar nuestra creencia firme en la idea de que el problema actual de violencia letal en colegios es causado por una falta de leyes estrictas de control de armas. Lo que no vemos es que nuestra propia tendencia a pensar en estos términos está probablemente basada en la predisposición de nuestra cultura a buscar causas físicas y técnicas para enfrentar las enfermedades sociales. No se nos ocurre que lo que tomamos como nuestra opinión personal ha sido formado por nuestra inmersión en el positivismo de nuestro sentido común científico, que nos inclina automáticamente a pensar de esta forma. Menos aún vemos cómo la fuerza invisible pero penetrante de este discurso nos ciega ante la posibilidad de que otros factores menos tangibles pueden estar trabajando aquí.

No se nos ocurre, por ejemplo, considerar la idea de que, como lo dice el investigador John Naisbitt, intoxicados por la tecnología, terminamos aceptando la violencia como algo normal; o que los tiroteos escolares que han afectado a varias escuelas pueden ser una manifestación de una mayor sensibilidad de la juventud hacia la falta de significado endémico en una cultura que está destruyendo o impidiendo sistemáticamente conexiones significativas entre individuos.

Parte de un nuevo discurso del aprendizaje, por lo tanto, tiene que trabajar hacia el reconocimiento de cómo los discursos sociales, culturales e históricos dan forma a nuestros pensamientos, acciones y formas de conocimiento.

Debemos comprender que todas las culturas proporcionan una narrativa que es preexistente a nosotros, que ya estaba allí cuando nacimos y en la que de alguna manera nos vemos inmersos. De manera que la forma en que nos explicamos las cosas está coloreada o afectada por nuestra cultura.

Si escuchas a alguien de América Latina, de Africa o de Asia hablando del mundo, la forma en que él o ella ve las cosas será muy diferente de la forma en que los norteamericanos lo hacen, porque la única forma en que hacemos sentido del mundo es mediante narrativas, y las narrativas provienen de la cultura. Cuando trabajo en empresas o con grupos en Estados Unidos es evidente para mí que ellos tienen muchas narrativas diferentes, según los diversos contextos de los que proviene cada cual, mas esto no es por lo general considerado por ellos como un plus. Más bien se le ve como un costo. Se preguntan, ¿cómo podremos alguna vez lograr algo cuando trabajamos con personas que piensan y ven las cosas de manera tan diferente a como las vemos nosotros?

También necesitamos aprender a tomar seriamente nuestros deseos más profundos de encontrar significado y conexión en nuestra comunidad. Uno de los resultados claros del individualismo que caracteriza los hábitos típicos de aprendizaje que encontramos en la mayoría de nuestros colegios y universidades, es que hemos olvidado el enorme poder educativo que tiene la comunidad. La comunidad en sí misma es un campo emocional con enormes posibilidades de aprendizaje.

 Como miembros de una comunidad podemos aprender las emociones —sumamente importantes— de pertenencia, un sentido de solidaridad y lealtad, gratitud, respeto mutuo y confianza, y el sentido de significado que de éstos surge. En una comunidad todos podemos aprender a un nivel emocional lo que podríamos llamar “la insuficiencia sana de mí mismo”. Porque en una comunidad nos damos cuenta de que una tarea, cualquiera que sea, no puede llevarse a cabo sin la ayuda de otros. 

 

Emociones

Enraizado en el racionalismo de Platón y Descartes, nuestro discurso actual sobre el aprendizaje ha tendido naturalmente a ignorar la dimensión emocional de nuestro ser y de nuestro saber. Para un racionalista, mantener una actividad cognitiva completamente libre de emociones es un ideal al cual todos deberíamos aspirar. Desde nuestro punto de vista, ésta es una idea profundamente equivocada. La emoción se puede definir como una predisposición física y lingüística para la acción.

 Además, no sólo el cuerpo está permanentemente inclinado hacia la acción, sino que también, como vimos antes, el lenguaje en sí es una forma de acción. Por tanto, siempre nos encontramos en medio de alguna emoción o estado de ánimo, incluso cuando hablamos o pensamos. Hemos prestado tanta atención a nuestra área conceptual que nos hemos olvidado de que cada concepto, cada parte del conocimiento y cada comprensión conceptual también viven en un estado de ánimo particular, y si cambiamos el estado de ánimo en que sostenemos lo que sabemos, también estamos cambiando lo que sabemos.

El discurso del individualismo también ha jugado un rol muy limitante para nuestra comprensión del aprendizaje emocional. En general, hemos tendido a considerar la vida emocional desde el punto de vista individual y psicológico, y no social. Lo que hace falta aquí es reconocer que muchos estados de ánimo y emociones, como mencionamos antes, se generan dentro de un contexto grupal. En algunos casos, este grupo es la familia. Por ejemplo, los niños de familias ricas que han heredado o esperan heredar grandes sumas de dinero muchas veces sufren de una falta de confianza en sí mismos y de autoestima que pueden ser atribuidas en parte a su situación: vivir en una familia donde los esfuerzos de una generación previa generaron la riqueza produce una tremenda desconfianza en su propia capacidad de construir cualquier cosa, porque todo les fue entregado ya hecho, ya trabajado.

En conexión con la dimensión social del aprendizaje emocional, es interesante reflexionar sobre la noción de la enseñanza del carácter. Tradicionalmente, éste era interpretado como la construcción de un ser emocional basado en valores sociales previamente inculcados tales como lealtad, honestidad, solidaridad, gratitud y demás. Hoy, en nuestra era post-freudiana, que tiene un enfoque persistente en la psique individual, raramente hablamos de carácter. En vez de eso, hablamos de personalidad, un término que prácticamente no tiene connotaciones sociales o morales.

Pero creemos en las ventajas de una atención renovada al carácter en la educación, no sólo por los beneficios obvios desde una perspectiva moral, sino también porque las bases emocionales que implica la construcción de carácter forman un contexto excelente para el aprendizaje en general. Nos orientan hacia la comunidad y nos proveen de un sentido de propósito. Creemos que es precisamente la falta de orientación de este tipo el que despoja de su significado al aprendizaje en la escuela para tanta gente joven hoy en día.

Como demuestran los ejemplos que hemos discutido, no aprendemos emociones de la misma forma en que aprendemos conceptos y habilidades como individuos. Hace poca diferencia, por ejemplo, si hay dos personas o veinte en una clase de matemáticas, así como el carácter social de los participantes es de poca importancia. Cada persona en el grupo, si se aplica, puede adquirir el conocimiento apropiado. Pero en el caso de los estados de ánimo y de las emociones, nuestro aprendizaje depende de forma crucial de la naturaleza misma (y, en algunos casos, del tamaño) del grupo en que nos encontramos. Necesitamos estar expuestos a la emoción que se crea dentro del grupo. Claramente éste no es el caso en el aprendizaje basado en conceptos o habilidades, donde el contexto grupal es, de lejos, menos relevante. Y más allá de eso, la recurrencia —estar inmersos en lugares y contextos sociales-históricos, y por tanto, expuestos a los discursos, formas de ser, prácticas, narrativas históricas, convenciones culturales, etc., que los constituyen— es esencial. El aprendizaje emocional requiere de mucho tiempo.

Evidentemente, el aprendizaje emocional no puede incluirse fácilmente en nuestro modelo educativo actual. Necesitamos un cambio epistemológico incluso para implementar una aproximación a este componente básico del aprendizaje. La fuerza del discurso individualista nos ha impedido explorar campos emocionales. Mi propia experiencia me ha demostrado una y otra vez cómo es creado ese campo emocional cuando gente dispuesta a aprender se reúne y celebra ciertos rituales. Tales rituales, cuyos orígenes se remontan a ceremonias de iniciación ancestrales, incluyen por ejemplo, crear un espacio separado y excluir a quienes no están comprometidos con el proceso de aprendizaje.

Desde el punto de vista de la evolución, por ejemplo, la emoción precede al lenguaje, y está, por tanto, más profundamente enraizada en nuestra humanidad. Además, el significado reside en el espacio emocional. Podemos consumir grandes cantidades de conocimientos e información, pero éstos no pueden generar el sentido de significado que surge espontáneamente en nosotros como padres cuando nuestro hijo corre hacia nosotros y nos da un gran abrazo. En ese momento experimentamos un sentido de significado y conexión que simplemente no puede ser reproducido de ninguna otra manera.

Uno de los retos más profundos que enfrentamos en nuestra cultura hoy en día es cómo lidiar con el vacío y falta de significado que surge del aprendizaje conceptual y factual emprendido sin ningún sentido de propósito o conexión. Por eso, si nuestro objetivo es tener vidas en paz y satisfactorias necesitaremos dar una atención renovada al campo completo del aprendizaje emocional.

El trabajo pionero del psicólogo estadounidense Daniel Goleman (quien introdujo el concepto de inteligencia emocional) y de otros nos ha ayudado a comenzar a reconocer la importancia de esta área abandonada desde hace tanto tiempo, y necesitaremos ir mucho más allá de lo que él ha propuesto antes de decir que tenemos una comprensión adecuada de este aspecto tan profundamente importante de nuestro ser.

 Muchos de los mayores quiebres de nuestra sociedad moderna pueden ser enfrentados, desde nuestro punto de vista, sólo cuando comencemos a tomar las emociones y los estados emocionales seriamente como un dominio central del aprendizaje. Sabemos poco sobre cómo distinguir entre estados emocionales y emociones, de cómo reconocer los discursos sociales que los influencian, y de cómo entender e incluso diseñar campos emocionales. En la ausencia de tales conocimientos, continuamos con toda probabilidad nuestro camino de creciente desconexión y falta de significado entre la gran mayoría de la población, quedando así alienados de una parte muy importante de lo que significa ser humano en su totalidad.

Es fácil contactarnos con el hecho de que el mundo nos parece muy diferente cuando estamos en campos emocionales diferentes. El mundo es distinto si estamos deprimidos o si nos sentimos bien. Es un mundo enteramente diferente y es un territorio que tendemos a evitar.

No sabemos ni cómo comenzar a hablar de ello. Por ejemplo, en el medio empresarial, lo más sofisticado que se dice con respecto a las emociones es que "la moral en el trabajo está baja o que está alta". No es de extrañar entonces la inmensa dificultad con que en ese mundo se enfrentan temas como la resignación, el resentimiento, la desconfianza o la deslealtad.

Mas cuando comenzamos a tomar conciencia de que esto es parte del observador que somos, empezamos a darnos cuenta de que toda cultura, toda organización, tiene estados de ánimo. Cuando entras a una organización puedes escuchar, sentir la presencia de la resignación, del entusiasmo o del resentimiento. Si lo escuchas también, verás la diferencia de lo que es posible en uno u otro campo emocional.

Entiendo el campo emocional como nuestro mundo de predisposiciones para la acción. De manera que cuando estás en diferentes estados de ánimo, estás predispuesto también a actuar de manera diferente. La cultura también te proporciona estados de ánimo y emociones. El campo emocional con que me encuentro en Australia, en Chile o en España es muy diferente del que encuentro, por ejemplo, en Buenos Aires, Rio de Janeiro o Bogotá. Y este campo emocional es un territorio que poco indagamos o consideramos. La Modernidad dejó el mundo emocional fuera del dominio del aprendizaje. El mundo emocional es visto como sospechoso, no confiable.

Este es un tema al que presto gran atención en mi trabajo y no creo que podamos dejar de lado el territorio emocional, en particular porque la mayoría de las personas y las organizaciones con que trabajo actualmente viven en el sufrimiento, y no estamos enfrentando ese sufrimiento. Lo hemos incorporado como una faceta lamentable e inevitable del "sacrificio" que es el trabajo.

La forma en que enfrentamos emocionalmente lo que sabemos cambia lo que sabemos. En un determinado equipo hay una cantidad de talento presente que, con un entrenamiento adecuado, se mantendrá probablemente en niveles más o menos constantes. Pero si lo que cambias es el campo emocional del equipo, lo que es posible para ellos es entonces enteramente diferente. Cualquier amante del deporte sabe que algunos equipos logran derrotar a equipos a priori más fuertes gracias una motivación adecuada (más ganas o más entusiasmo, por ejemplo).

 

Cuerpo

¿Qué ocurre en nuestra fisiología cuando aprendemos? Desde el mero aspecto corporal, ¿qué es aprender?

Junto con la forma en que nuestro ser emocional ha sido ignorado por nuestro discurso occidental del aprendizaje, el dominio del cuerpo ha sido en su mayor parte también descuidado. Todo aprendizaje también ocurre como una transformación física de algún tipo. Si aprendemos pesimismo, nuestros cuerpos se comienzan a formar consistentemente con esa emoción: los hombros se encorvan, el pecho se desinfla, la cabeza se inclina hacia abajo y los músculos pierden tensión. Muchas veces la mayor dificultad de aprender algo es que el cuerpo está moldeado en contra de esa posibilidad.

Parecemos habernos olvidado de cómo escuchar a nuestro cuerpo por el bien de nuestra salud y nuestro bienestar. Hemos perdido la habilidad de comprender la conexión cercana que existe entre nuestro cuerpo y nuestros estados emocionales, la cual ha sido demostrada como altamente coherente a través de estudios. De forma similar, no reconocemos cuánta de nuestra salud física puede depender de las historias y narrativas que nos decimos a nosotros mismos para dar un poco de sentido a nuestras vidas.

Seguramente no es una mera coincidencia que en una era en que tanta gente está comprometida con una incesante acumulación de riqueza nos veamos enfrentados a una epidemia de cáncer —una enfermedad de crecimiento incontrolable— que se toma tantas vidas. No es difícil hacer conjeturas basadas de forma similar sobre el rol de narrativas sociales y personales en otras grandes enfermedades. Durante los años 30 a los 50, cuando la humanidad estuvo inundada de dictaduras (Salazar, Franco, Stalin. Mao, Duvalier, Tito, y tantos otros) nos faltó aire y tuvimos una epidemia pulmonar: la tuberculosis. 

Consideramos nuestro cuerpo como algo que andamos trayendo o que nos sigue de un lado a otro. En mis cursos hago ejercicios con las personas en los que les pido que hablen respecto a algo, y luego que cambien la postura de su cuerpo, y su discurso comienza a cambiar. ¿Por qué ocurre eso? ¿Qué es lo que está sucediendo? Creo que entre estos tres territorios de los que estoy hablando —el emocional, el lingüístico y el corporal— se crea una suerte de coherencia, De manera tal que cuando tenemos ciertas interpretaciones a nivel del lenguaje sobre un determinado asunto, tendemos a tener emociones que son coherentes con esas interpretaciones y el cuerpo a su vez se moldea a esas interpretaciones.

La forma corporal de alguien que tiene resentimiento comienza a ser coherente con ese resentimiento y con las interpretaciones lingüísticas que le corresponden. Por lo que si me ves caminar de un lado al otro con los hombros caídos y la cabeza gacha, y dices: “Julio, ¿en qué estas pensando?”, y yo contesto: “Estoy pensando en lo maravilloso que es el mundo”, no me creerías, porque de alguna manera sabes que mi respuesta es incoherente con mi expresión corporal.

 

Espíritu

No somos meramente seres dotados de un cuerpo, una mente y emociones. También somos seres espirituales. Para mí el espíritu es inmanente y trascendente. Y esto que digo no lo quiero poner al servicio de ninguna particular creencia espiritual o religiosa. Simplemente lo digo porque para mí pertenece al Misterio, a lo que sospechamos que emerge en todo lo que nace. 

Encontrarnos en contacto con la belleza es una forma fundamental de conexión. Nos encontramos elevados por la belleza y a veces incluso en una misteriosa armonía con el Cosmos. Incluso en esta era en que el arte corre peligro de transformarse tan sólo en un bien de consumo más, aún parecemos capaces de encontrar significado y conexión a un nivel más alto de realidad en la experiencia estética.

Mientras la religión convencional occidental continúa su largo descenso de la cima que alcanzó en la Edad Media, mucha gente está buscando otros caminos espirituales que ofrecen la posibilidad de librar al individuo de la carga del ego a través de prácticas que abren el camino a una mayor conexión con planos más elevados de realidad. Lentamente estamos reconociendo que somos parte de una unidad mayor cuya vastedad y profundidad escasamente pueden ser comprendidas.

Estamos comenzando al menos a vislumbrar algunas de las fuerzas arquetípicas que están formando al alma humana, a nuestra psique como parte del subconsciente colectivo, y comenzando a ver que el camino a la sabiduría yace en comprender y abrirnos a estas fuerzas. Incluso comenzamos a concebir que el Cosmos es consciente en sí mismo, y que somos parte de esa conciencia.

Aquí, también, un cambio de enfoque epistemológico es requerido. Como nos ha mostrado Ken Wilber, una visión científica no es en absoluto incompatible con el compromiso con un camino espiritual, esto si la ciencia reconoce que es absurda su insistencia en el materialismo y reduccionismo en un ámbito de experiencia no materialista y holística.

 

Equilibrio de los Campos Básicos del Aprendizaje  

El modelo actual del aprendizaje ha apostado todo a la acumulación y manipulación de conocimiento conceptual y factual, mayormente para fines utilitarios de enriquecimiento y éxito personal. Si el objetivo de un nuevo discurso en el aprendizaje es finalmente la sabiduría, o, en otras palabras, vivir efectivamente, lo que necesitamos ahora por encima de todo es recuperar el sentido de equilibrio. Este punto emerge muy claramente si revisamos brevemente qué debemos aportar a las áreas principales del aprendizaje que hemos venido considerando:

 

Ontología

  • Tomar en cuenta todas las dimensiones del ser.
  • Cambiar el propósito del aprendizaje de aprender para la acción efectiva a aprender para vivir efectivamente, del conocimiento a la sabiduría.

 

Epistemología

  • Reconocer cómo el observador está incluido en la construcción del lenguaje, las emociones y el cuerpo, sobre todo a través de la inmersión en discursos sociales, históricos y culturales.
  • Observar el observador que somos nosotros y los demás.
  • Comprender cómo al cambiar el observador cambia el rango de acciones disponibles.
  • Tomar en cuenta las coherencias intrínsecas entre las variadas dimensiones del ser.
  • Reconocer las diferentes formas de aprender, incluyendo campos emocionales generados socialmente y patrones corporales.

 

Ética

  • Adoptar, como objetivo de nuestro aprendizaje, vivir sabiamente y en armonía con otros seres y la Tierra.
  • Ampliar el campo de nuestro modelo de aprendizaje para incluir todas las dimensiones del ser.
  • Recuperar la construcción de conectividad y significado.

 

También debemos considerar los siguientes elementos o dimensiones del ser:

Lenguaje

  • Reconocer el rol generativo del lenguaje.
  • Comprender cómo el observador está constituido mayormente por distinciones lingüísticas.
  • Usar actos hablados de manera efectiva a través de nuestra comprensión del rol del compromiso al coordinar acciones. 

 

Sociedad/Cultura

  • Reconocer los discursos y narrativas sociales, culturales e históricas en que vivimos, y el rol que éstos tienen en la sustentación de nuestras interpretaciones.
  • Ser conscientes de los discursos y narrativas importantes y recurrentes en el comportamiento social e individual.
  • Desarrollar habilidades de construcción de la comunidad.

 

Emociones

  • Distinguir entre estados de ánimo y emociones, y cómo moldean al observador que somos.
  • Distinguir tipos recurrentes de estados de ánimo y emociones, incluyendo los generados socialmente.
  • Recuperar el sentido de cómo el significado y la conexión se generan a un nivel emocional.

 

Cuerpo

  • Estar sintonizados con la conexión entre el cuerpo y la naturaleza.
  • Reconocer la coherencia intrínseca entre el cuerpo y otras dimensiones del ser.
  • Centrar el cuerpo.

 

Trascendencia

  • Tomarnos seriamente nuestro llamado hacia la trascendencia, hacia conectarnos con algo más grande que nosotros.
  • Reconocer el rol de la estética para traernos armonía y conexión trascendente.

 

El coaching y el aprendizaje que transforma

A primera vista, me parece que la Humanidad ha llegado a un punto en que comenzamos a darnos cuenta de que las interpretaciones en las que hemos estado viviendo se han vuelto insuficientes para afrontar las crisis que la vida nos presenta.

No es sólo nuestro saber el que es insuficiente, sino también nuestras ideas acerca del saber. Necesitamos tomar conciencia de que no bastan nuestras interpretaciones ni nuestra enseñanza. Estamos buscando formas de aprender en un mundo en el que nuestras viejas interpretaciones sobre el saber ya no funcionan.

En ese sentido, el coaching está al servicio de algo mucho más grande que la transformación personal de un particular personaje. Es la transformación personal en el sentido de una transformación colectiva.

El coaching surge como una necesidad práctica en nuestro tiempo de desafiar la epistemología presente. Y es un acto espontáneo, casi desesperado, porque nos vemos enfrentados a la necesidad de incorporar toda la dimensión del saber humano y no sólo la exterior. Entonces, cuando esta práctica surge, lo hace para hacerse cargo de ese déficit. Y surge espontáneamente. No surge como una escuela de pensamiento, sino espontáneamente para colmar la necesidad de ir incorporando los dominios del mundo interior en el acto de aprender, en el acto de saber.

Diría que el coaching es fundamentalmente una práctica de aprendizaje conversacional que no deja de lado los dominios del cuerpo y lo emotivo. Esa es la gracia. Y que el coaching apunta al final a la creación de este nuevo sentido común, de este nuevo discurso. El coaching es una práctica que surge al servicio del nuevo discurso, del discurso que se adivina, de un discurso que se intuye, pero que todavía no está completamente articulado. Que el coaching sí sabe que el discurso de la modernidad, con todo lo que nos ha traído hasta ahora, está colapsando. Eso lo sabe el coaching y no lo sabe académicamente.

  Permítanme recalcar que la palabra clave acá es observador, alguien que ve el mundo de una determinada manera. Si yo hablo contigo, lector, te aseguro que no ves el mundo como yo. Y esa diferencia la podemos apreciar en las distintas conductas que observamos. ¿Y cómo resolvemos esa diferencia? Muy simple, decimos: “Esa persona está equivocada”, y con eso resolvemos todo. En la historia tenemos ejemplos de personas a quienes se quemaba cuando no compartían la mirada oficial, y hoy hay quienes afirman que en nuestros manicomios hay gente que está allí porque están sufriendo crisis espirituales o simplemente ven lo que para la mayoría es todavía invisible.

Por eso vivimos en esas eternas conversaciones de quién tiene la razón y quién está equivocado. El hecho es que si conversamos más, muy pronto nos vamos a dar cuenta de que no vemos el mundo igual. Y no estoy diciendo que uno lo ve mejor y el otro peor, sólo he dicho que no lo vemos igual.

Esto es coaching. El coaching tiene que ver con cambiar de lugar, desplazar al observador que somos, de manera tal que se le posibilite desarrollar un nuevo conjunto de acciones. Por cierto que es más complejo que esto, pero ello no quita que para mí éste sea uno de los principios fundamentales de lo que es el coaching.

Y luego tenemos la coherencia entre lenguaje, emociones y cuerpo, que vimos más arriba en este capítulo.

El coaching es, en un sentido muy básico, la creación de nuevas coherencias en las personas. Cuando hacemos coaching estamos generando un contexto en el cual pueden surgir nuevas coherencias. Eso es todo lo que en realidad podemos hacer: crear un contexto en el que pueden suceder “buenos accidentes”. No podemos definir el resultado. Sólo podemos definir el contexto. Aunque si adquirimos algo de maestría en definir contextos, encontraremos que podemos comenzar a predecir resultados que es más probable que ocurran.

Ahora bien, en nuestra cultura no estamos acostumbrados a prestar atención a los contextos emocionales, corporales, sociales, culturales. Nuestra atención se centra en el texto. Le prestamos muchísima más atención al texto que al contexto. Y digámoslo claramente, el texto no tiene significado sin contexto. Estoy pensando en el caso del liderazgo. El liderazgo es el arte de crear contextos. Si en una organización las personas dicen: “Esta es nuestra Visión, para allá es donde queremos ir”, y emocionalmente están yendo en una dirección diferente, entonces tenemos un pequeño problema. Les preguntamos: “¿Tienen clara cuál es la Visión de la empresa?”. Y ellos dicen: “Sí, sí. Está escrita en el cartel que hay a la entrada”. Y lees la Visión y miras las caras de las personas y te das cuenta de que hay una gran, pero gran, brecha entre ambas.

 La teoría de los actos del habla es un territorio fantástico para el coaching, y tiene que ver con lo siguiente: cuando hablamos, actuamos. Cuando hacemos una petición, no sólo estamos haciendo posible una acción a futuro, la petición en sí misma es una acción. Cuando hacemos una promesa, no estamos solamente especificando un cierto futuro. Estamos cambiando el presente. Hacer una promesa es cambiar el presente. Toda la realidad, cuando se toma en serio una promesa, cambia. Cuando declaramos lo que es realidad, cuando hacemos afirmaciones o simplemente cuando hacemos juicios o evaluaciones, estamos de alguna manera alterando nuestra realidad.

Cuando comprendes esto, comienzas a descubrir los juegos que solemos jugar. Por ejemplo, el siguiente juego: estás resentido con alguien porque no se atrevió a adivinar la petición que no te atreviste a hacer. ¿Conocen el juego? Cuando las personas son capaces de ver el juego se han adelantado mucho para trabajar sobre el sufrimiento.

Otro juego es el de la incapacidad de hacer peticiones claras porque estás a la espera de que los demás adivinen lo que quieres pedir. Y este otro, el del miedo a ser evaluado negativamente. Empezamos a hacer aquello que, suponemos, resultará en una evaluación positiva de parte de los demás. Y luego cambiamos nuestra conducta según las distintas personas que la evaluarán de distinta manera. Para mí, el coaching tiene que ver con desmantelar estos juegos de manera respetuosa y, por sobre todo, de manera abierta, en público.

Según mi visión, toda organización es una red de conversaciones. Una buena parte de lo que hacemos es sostener conversaciones. Puede que sea a través del correo electrónico, directamente o por teléfono. Hablamos. Pero hemos desarrollado tantas incapacidades para hablar y para conversar que el flujo colapsa y se hace presente el sufrimiento. Este es para mí, en breve, el campo del coaching. Es un territorio que evoca pasión. Y me estaba olvidando un pequeño detalle: no trabajo en organización alguna sino después de haber tratado con lo que llamo los enemigos del aprendizaje.

Déjenme ponerlo de la siguiente manera. Todas las culturas desarrollan adversarios del aprendizaje, barreras que son transparentes para esa cultura. En Boston, los enemigos del aprendizaje son distintos que en San Francisco o en París, y podría contarles sobre algunos de ellos. Por ejemplo, en Boston decir “no sé”, es algo más difícil que en San Francisco. En algunos lugares decir “no sé” es realmente una hazaña. Ahora bien, sin la capacidad de decir “no sé”, empezar a aprender se vuelve muy difícil. Y es una hazaña, porque todo lo que dicen es dicho desde ese marco transparente y, por lo demás, no son ellos los que lo dicen.

He desarrollado una lista de cerca de 45 enemigos del aprendizaje, aunque normalmente trabajo con alrededor de 23 de ellos. Así que déjame contarte acerca de algunos de los enemigos con que trabajo, y entonces cuando las personas finalmente logran verlos, les hace sentido. Les proporciono ejercicios y las personas comienzan a hablar de sus propios enemigos, pero sin juicios de valor, sino simplemente reconociendo el fenómeno. Por ejemplo, uno de los enemigos claves del aprendizaje que yo he encontrado es la ceguera cognoscitiva, y necesito decir algunas cosas sobre eso.

No cabe duda de que nuestra incapacidad para aceptar y reconocer que no sabemos es un fenómeno clave en el aprendizaje. Hacerle coaching a alguien que “se las sabe todas” puede ser bien duro. ¿Y qué sucede cuando no sabes que no sabes? Eso es la ceguera cognoscitiva. Cuando no sabes que no sabes, ni siquiera esperas aprender. No tienes preguntas que contestarte. Cuando no sabes que no sabes vives de manera muy semejante a como si supieras. Y, por lo tanto, no te haces preguntas. No abres un área a la investigación. Otro enemigo es querer tenerlo todo claro, todo el tiempo. Cuando quieres tenerlo todo claro todo el tiempo no te atreves a estar confundido. No puedes atreverte a entrar a la oscuridad del no saber, no te atreves a hacer las preguntas. Quieres tenerlo claro.

Como lo teníamos en Chile cuando nos matamos unos a otros, lo teníamos tremendamente claro. Yo tenía tan claro que esos eran los malos de la película y que nosotros éramos los buenos. Miren lo que sucede en cada rincón del mundo. Las personas tienen todo claro, y nos estamos matando unos a otros. Preferiría que viviésemos juntos un poco más confundidos.

¿No es acaso fascinante ver cómo, cuando entramos en un grupo o en una organización, muy luego nos encontramos haciendo las cosas a su estilo? Simplemente nos deslizamos a él. El comportamiento humano tiene mucho que ver con los sistemas en los que nos ubicamos. Por ejemplo, cuando los hombres de negocios norteamericanos van a Sudamérica, lo primero que observan es que se sienten como “un elefante en la vidriería” en términos emocionales, lingüísticos y corporales. Llevan consigo un discurso, una manera de hacer las cosas diferentes a la de este otro mundo.

En el coaching las personas se reencuentran con el gozo de aprender. Esto, te lo puedo garantizar, va a ocurrir. Fíjate que la mayoría de la gente cuando le hablas de aprender reaccionan diciendo: “¿Cómo?, ¿tengo que estudiar más?”. No miramos el aprendizaje con alegría, lo miramos casi como un peso. Entonces, aprender con alegría es un resultado muy concreto. Las personas se enamoran de nuevo con el aprender, y eso se nota. Los alumnos de nuestros programas comienzan a leer y comienzan a juntarse y a hacer sesiones de trabajo, y aun cuando el programa termina, continúan manteniendo sus grupos, grupos de estudio y semejantes, así que ése es uno de los resultados.

 Segundo, claramente se realzan las habilidades comunicativas. Las personas comienzan a hablar de manera diferente, y te daré un ejemplo de ello. En Chile, por ejemplo, hay una forma en que las personas manejan lo que es desagradable y es que lo trivializan. ¿Saben qué hacen? Hacen un chiste al respecto, un chiste a costa del que habla, por supuesto, y no a costa de ellos mismos. ¿Y saben qué pasa? La cultura trata los asuntos difíciles de esa manera, se les trivializa en la conversación. Y la creatividad no puede sino colapsar, porque nadie dice lo que piensa. Sólo dicen lo que es adecuado decir porque no quieren que se rían de ellos, que se les ridiculice. Cuando tienes una cultura en la que no puedes decir lo que piensas, no puedes hablar en serio, no puedes enfrentar los temas, tampoco los temas difíciles. Les digo, la creatividad desaparece. Las personas no dirán lo que piensan, lo que es la fuente de toda creatividad. Así que un segundo resultado que busco es que las personas comiencen a hablar de manera diferente.

 Y un tercer resultado al hacer coaching, y éste tiene que ver con las organizaciones, es que la productividad sube, a veces de manera muy misteriosa. A veces las organizaciones con que trabajo son tan exitosas, son tan productivas, pero las personas se están cayendo a pedazos por todos lados. Las personas se están enfermando. Cuando nos llaman nos dicen que las cosas no están yendo bien, que nos buscan porque nosotros manejamos algunos temas de la comunicación y lo demás. Eso es prácticamente todo. Tengo estos tres resultados, que son los que busco.

Esa clase de interrogantes iluminarán posibilidades que de otra forma no tendríamos. En muchos países las personas están siendo exitosas en los negocios y están viviendo unas vidas miserables. Han logrado todo lo que es signo de éxito, pero están vacías por dentro, y eso sucede masivamente en los Estados Unidos.

Yo he estado haciendo coaching a un ejecutivo de una gran compañía en los Estados Unidos. Es una persona exitosa de acuerdo a todos los parámetros, y cuando voy a su casa es como un niño. Me dice: “Julio, ¿cuál es el significado de todo esto?”. Y lo primero que hice con él fue decirle: “Escucha, deja que escuchemos qué es lo que la vida te está diciendo a ti. Comencemos desde ahí. Comencemos por legitimar el lugar donde estás ahora”.

Creo que hay una obsesión con la acción en el mundo empresarial, una obsesión con actuar. Pero hay cambios. He estado en empresas en que la clase de conversaciones que se está dando es asombrosa. Las personas están comenzando a ver. Respecto a los resultados, si el único resultado que una empresa considera es su cuenta corriente, entonces no importa que las personas sean quemadas o trivializadas. No importa. Lo único que importa es el resultado. Pero cuando empiezas a incluir otros resultados como importantes, puede suceder algo diferente.

Personalmente estoy muy preocupado, por ejemplo, con lo que le estamos haciendo al planeta. Fui a Chile luego de 11 años de ser refugiado, o como quiera llamársele, y cuando llegué allí fui al sur, a ver los bosques. Lo que encontré fue tierra erosionada. Fue una de las cosas más devastadoras para mí.

Actualmente hay países muy exitosos económicamente. Si se les mide en términos puramente financieros, han sido un éxito. Pero podemos considerar seriamente que hay otras formas de medir, como construir algo mejor para nosotros, un mayor bienestar, un buen vivir.

Esta reflexión podría llevarnos a muchos lugares diferentes, pero por alguna razón mientras escribía pensé en esto: una de las cosas que nos pasa cuando tenemos una experiencia, es que tendemos a desligarnos de la experiencia y la reemplazamos con evaluaciones de la experiencia. De manera que la mayor parte del tiempo no estamos en contacto con la experiencia, sino con nuestra evaluación de la experiencia. Por lo tanto ni emocional, ni corporal, ni lingüísticamente estamos en contacto con lo que sucedió, y en vez de eso tendemos a caer rápidamente en la evaluación de lo que ocurrió. No nos damos el tiempo de enfrentarla. Sólo nos damos tiempo para tratar con la evaluación de esa experiencia, y la evaluación proviene de la cultura. Por lo tanto, repetimos las mismas cosas, una y otra vez.

El significado comienza a aparecer cuando no sólo mides en términos de resultados. Hay otras cosas que entran en juego. Ahora bien, los ejecutivos duros dirán que eso es muy bonito, pero debemos ser viables económicamente. Nunca dije que no debamos considerar el éxito financiero. Sólo estoy diciendo que no es la única medición. El significado se puede construir de diferentes maneras, imaginen no más el valor de un trabajo con pasión.

La pasión... ¡Me encanta el tema! Allí tendemos a asociar pasión con sexo, a restringirla a ese territorio, y aún allí, me parece que la pasión es la emoción que nos aúna, nos integra con aquello que hacemos, con los otros, con el mundo. La pasión es mística, ya que disuelve las dualidades, nos hace ser uno con lo amado. Además, nos hace vivir otras emociones de tal manera que podemos escuchar sus mensajes. Cuando pienso en la pasión pienso en personas que viven en forma auténtica cada emoción que viven.

Esto me lleva a lo siguiente: muchas personas, cuando trabajan con las emociones, lo que quieren es librarse de su tristeza, por ejemplo, en vez de escuchar lo que la tristeza tiene para decirles. Y cuando la escuchamos sabemos de alguna pérdida importante y significativa. En otras palabras, la tristeza escuchada con pasión nos comunica sentido, nos da a saber lo que realmente nos importa. 

Pero en la mayoría de los casos no escuchamos lo que la tristeza nos está diciendo. Así que hemos decidido que algunas emociones son buenas y otras malas; algunas son legítimas y otras no lo son. Ahora bien. ¿Qué haces cuando te impacta una emoción ilegítima? Entonces necesitas comenzar a jugar, y lo primero de lo que descartas es tu autenticidad. Y necesitas decir algo que le reste importancia a tu experiencia. Cuando estás triste es probable que enciendas la televisión o hagas cualquier otra cosa, pero no que trates con tu emoción. Aun cuando la depresión te golpea puedes preguntarle qué es lo que la vida te está diciendo. Cómo es que la vida usa este último recurso, de deprimirme, para decirme algo. En cambio, lo que queremos es librarnos rápidamente de ella.

En la enseñanza tradicional lo que importa es transmitir información. Lo que nosotros estamos diciendo es que ni la mirada sólo en la acción ni la mirada sólo en la información producen el aprendizaje que es necesario hoy día en el mundo. Nosotros creemos que el aprendizaje que hoy es necesario en el mundo tiene que incluir al Ser, tiene que incluir a quien aprende, no sólo lo que se aprende. Y en el sentido de que incluye al Ser, al que aprende, eso se llama ontológico. Por tanto, el coaching ontológico no se preocupa sólo de la acción efectiva ni sólo de la información.

En muchas disciplinas sólo es importante la acción efectiva, y muchas veces se produce acción efectiva aunque se le rompa el alma a la gente. Nosotros decimos que la acción efectiva es importante, pero si no está enfocada a generar un vivir efectivo, un vivir pleno, no tiene sentido. Es un poco lo que nos está pasando. La conexión entre el Ser y la acción, entre el hacer efectivo y el vivir efectivo, eso es coaching ontológico.

 

Conclusión

Deliberadamente he cubierto temas que abarcan un espacio muy grande. El aprendizaje es el cimiento de todo lo que conocemos, y lo que hemos estado diciendo pretende servir de fundación para la exploración futura, y para aquellos interesados en diseñar nuevas prácticas de coaching y liderazgo.

El proceso de aprender a veces se asemeja al de nacer. El gran reto y oportunidad que encaramos es tomarnos seriamente la elaboración de un nuevo discurso sobre el aprendizaje, un discurso que sea nuevo, multidimensional y que esté bien sustentado, uno que pueda enfrentar las preguntas, de importancia fundamental, acerca de lo que significa ser humano, cómo deberíamos vivir y cómo abrirnos paso hacia alcanzar nuevos niveles de conciencia con los cuales conectarnos con nuestros mundos en una multitud de formas nuevas.